domingo, 3 de abril de 2016

El trayecto

La vida, el trayecto existencial, la senda por la que vagamos buscando la felicidad tiene sus épocas, como las estaciones del año. Hay algunas hermosas, floridas, de brillantes colores en las que te sientes increíblemente bien, inmortal, como si nada ni nadie pudiera hacerte daño o quitarte un ápice de felicidad. Pero eso no dura, esa estación florida va mutando lentamente, van desapareciendo esas cosas que te arrancaban sonrisas, esas personas que te hacían estremecer, esas emociones que te erizaban el cabello. La senda se vuelve oscura, el trayecto agobiante. El mero hecho de respirar precisa de un esfuerzo tal que a veces te preguntas si merece la pena. El deambular por esta existencia se convierte en una batalla sin enemigo, en una piscina de miel donde ya no buscas batir una marca, solo llegar al final. Cuando los demonios exceden la altura de tus muros, cuando tu espada se quiebra por la herrumbre de la desesperanza, es cuando el corazón del dragón deja de latir, allá donde esté, para dejar sitio al silencio. A ese silencio oscuro y frío del guerrero vencido, de la ciudad tomada. Es cuando tienes la certeza de que es el final, cuando te sientes extraño en situaciones antes normales, incluso ilusionantes, cuando los planes que habías hecho ahora suenan ridículos, cuando la vida se convierte en una sucesión anodina de postales grises de mediocre superficialidad. Es entonces cuando mueres, cuando dejas de ser tú y pasas a ser eso. Es entonces cuando toca volver a empezar, buscar en tu interior las fuerzas que te restan para reiniciar el ascenso, el viaje a la estación dichosa en la que celebrar la vida con vino y fresas, en las que las lágrimas sean de alegría y la respiración te la corte la sensación de felicidad extrema al tocar una piel deseada. Hay que hallar ese hálito de fuerza, hay que dar ese cambio de rumbo, hay que remontar... Y lo sabes... life is good...

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