miércoles, 12 de octubre de 2022

He vuelto... O no?

Los teléfonos inteligentes nos regalan momentos y recuerdos cuando menos te lo esperas.
Eso es lo que ha sucedido hoy, me ha traído un enlace a este blog, que tenía abandonado, y una foto de un libro en el que, conjura de amigos mediante, aparece un texto mío, de un tema que no suelo tratar, por el que me honraron con un tercer premio.
Del blog hace mucho tiempo que no sabía nada, de la publicación del libro hace ya dos años. 
Creo que me puedo permitir combinarlos ambos y volver a activar uno, sin saber si seguirá, y compartir el otro sin dañar las espectativas de ventas de los editores. 
Solo espero que lo disfrutéis. 
Gracias. 

"AQUELLA NOCHE

La brisa cálida de una noche mediterránea le acariciaba la frente y, especialmente, la sensible parte interior de brazos y antebrazos. Lo que le sujetaba las muñecas a esos hierros recubiertos de plástico, como el de las sillas de las terrazas, era suave, aunque firme. La gota de sudor que había superado el pañuelo que tapaba sus ojos y el que sellaba su boca había llegado a la parte inferior de la mandíbula, donde parece que iba a quedarse un momento. Las sujeciones de los tobillos, que tenían un tacto más burdo, le obligaban a tener las piernas un poco abiertas, casi como cuando esperas el saque en el tenis. Eso, más los brazos elevados y desplazados un poco más allá de lo que parecía una barandilla a la altura de su cadera, le hacía pensar que la postura corporal no era la más glamurosa que haya adoptado nunca. No podía dejar de repasar como había ido la jornada, no podía dejar de buscar en su mente el momento en el que todo se torció. La gota de sudor retomaba su camino, alentada por la humedad que subía desde lo que sonaba como una altura respetable, a lo largo de la carótida, hasta la clavícula, que la acunó con cariño mientras su mente volvía a esa misma tarde.

Eran las seis de la tarde, salía de su oficina con su traje sastre y un bolso más grande de lo habitual. Lo tenía todo pensado, viaje rápido en taxi, cena en el puerto, copas en los garitos de la zona del club nautico y sería otra noche triunfal. Y empezó.

Detuvo un taxi a pocos metros de su oficina y le indicó la dirección del restaurante, pidiéndole al taxista que diera un pequeño rodeo y que no mirara por el retrovisor. Sabía perfectamente que la segunda orden nunca la cumplían, por eso mismo, cuando se quitaba el sujetador lo hacía con calma, disfrutando de la tensión que descubría en el cuello del conductor, pensando en los deseos que albergaba ese hombre ante ese minúsculo espejo. Luego se ceñía un vestido de algodón rojo, corto, con la espalda al aire y ninguna intención de dejar nada a la imaginación. Zapatos de tacón y un ligero cepillado a la melena. Lista.

La gota de sudor abandonaba los amorosos brazos de la madre clavícula para lanzarse por el abismo del esternón hacia el valle que forman sus pechos, esos de los que tan orgullosa se siente y que ahora mismo se enfrentan, desafiantes, a saber que altura sobre las olas que resuenan, cerca y lejos al mismo tiempo.

El restaurante, los amigos de siempre, las bromas de siempre, las miradas de siempre de ellos, incluso los casados, más aún los casados, la mirada de Carmen que, censurando a su marido intentaba esconder las ganas que, desde nochevieja, tenía de repetir lo del cuarto de baño. Memorable.

La gotita salía del escote haciéndose sentir perfectamente por su abdomen de pilates y crossfit, con la vista fija en su ombligo, ese "redondo objeto de deseo" donde el tequila había sido bebido por labios de ambos sexos en tanta ocasiones, parecía tomar aire y seguía su camino. Las ligaduras del lado izquierdo parecían estar bastante más prietas, de hecho, la muñeca izquierda ya empezaba a sentir la presión, pequeños pinchacitos iban desplazándose por el dedo pulgar. Y hay que ver como había subido la temperatura. El olor a mar se había acentuado, posiblemente por la bajamar y las algas que quedan al descubierto, o eso le dijo aquel novio que tuvo y se las daba de marino.

Después de la cena y de que Carmen se tomara el postre en el baño, bajo su vestido, se adentraron en el tugurio más de moda ese verano, un nido de cuerpos bronceados, tatuados y colocados restregandose al ritmo de la música más cool. Justo lo que a ella le encantaba. Y ahí fué. En un sofá del fondo, barba de varios días, cabeza rasurada y ojos verdes que la atravesaban sin piedad, con descaro, con pasión, sin inmutarse. Tras un rato haciendo ambos su vida, sin dejar de mirarse, coincidieron tras un pilar del pasillo de los baños, él le dijo algo que no entendió al oído y ella asintió. El tono de voz, su timbre, su color, era algo que ella nunca había escuchado, pero que reconocía a la perfección. Era su propio cuerpo pidiéndole que fuera tras él. Y accedió.

La gota de sudor abandonaba los dominios sensuales del tequila y cruzaba bajo el puente que la goma de su lencería de Victoria Secret tendía entre las preciosas crestas iliacas que tantas bocas habían adorado, subía el monte de venus, limpio, liso como la faz de un bebé, acercándose al lugar donde su camino acabaría con una sonrisa. Y un dedo en su espalda. Suave. Despacio. No le había oído acercarse. Una respiración pausada tras su oído izquierdo. Una palabra. No conseguía entender lo que decía. Sólo sentía el sonido. Una mano grande, fuerte, sobre su hombro y el frío de un metal en el interior de su muslo. Un sonido filoso, el de unas tijeras cortando su vestido, despacio, sin perder el contacto con su piel. Cada corte, cada centímetro, iba acompañado de una inspiración que llevaba aire a las puntas de los dedos de sus pies. Y el metal subía un centímetro acariciando su piel, con una sensación fría que le hacía arder por dentro. Y la mano en el hombro. Esa voz. Otra vez el sonido del metal cortando algodón. Otro suspiro. Sudor. Las ganas de que llegue el próximo corte. El sudor que empapaba sus muslos haciendo más sensual aún el roce del metal, el viaje hacia su ingle, ¿o no era sudor? Y esa voz, constante, turbadora, cálida, excitante, brutalmente excitante. Un giro en la posición de las tijeras y el último corte coincidía con el escote de su espalda, un corte tras cada hombro, estos ya rápidos, y la mano de su hombro pasó a su cadera, estiró de ella hacia atrás y su ropa cayó al suelo hecha un trapo. La brisa del mar la envolvió alborozada mientras ella ahogaba un gritito de placer, de un momento deseado y temido, de querer y no querer, de perder el alma entre las piernas. Y esa voz. La mano regresó a su hombro, la respiración acelerada de ella contrastaba con la parsimonia del hombre a su espalda, de la calma con la que dejaba las tijeras sobre una superficie que sonaba a cristal, la cadencia de sus palabras al mover la segunda mano descendiendo por su cuello, su seno derecho, costillas, abdomen, cadera, muslo y nalgas. Unos dedos que exploraban su yo más íntimo. Una palabra que si que identificó, su nombre, el sonido de una cremallera y un empujón seco.

El sol de la mañana la sorprendió desnuda, sobre las sábanas del hotel de la marina donde se alojó con Carlos. Este salía del baño con una gran sonrisa recién afeitada que hacía resaltar sus preciosos ojos verdes.

- Buenos días, ¿cómo estás? - y sus palabras traían aroma a after shave de los años cincuenta.

El desayuno continental invitaba a salir a la terraza de quinto piso a ver la grandiosidad del mar.

- ¿Satisfecha de la cita de ayer? - inquirió Carlos

- Mas que satisfecha, pero la próxima vez no me pondré nada de Victoria Secret. No me avisaste. -

- En la mesita tienes un juego igual, las tijeras de recuerdo y un pendrive con la grabación. Así podrás ponerle los dientes largos a Carmen. Y espabila que vas a llegar tarde a trabajar, luego ya recojo yo a los niños del cole. -

Ella le miró mientras salía de la habitación, - tantos años - pensó - y aún me hace "sudar" de esa manera. -

Y suspiró mirando al mar.

 

Continuará."

 

sábado, 19 de agosto de 2017

Entregado

La niebla que asfixia su alma se oscurece y enfría con el invierno que llega tras una primavera sin verano ni casi otoño. Ese frío que agarrota los dedos del organista que, desesperado, ejecuta la "Lacrimosa" del "Requiem" de Mozart dejando notas muertas como negros huecos en la dentadura de un anciano. Laceraciones encarnadas debilitan los latidos de una pasión, de un fuego antaño desbocado y hoy prisionero de un latido de luz, de un sonido metálico, de una quimera. Cuentan los antiguos que la altivez y la gallardia reinaban al alimón en aquel vergel de su pecho, hoy páramo, donde la fuerza, la poesía, la música, el amor... el amor... antes flotaban en el ambiente, donde hoy la niebla es la reina y señora. Aún hoy hay quien cuenta como ocurrió, aún... se cuenta como se perdió, tan rojo, tan brillante, tan ardiente, tan felizmente... su corazón.

sábado, 20 de mayo de 2017

Errores

Oscuras nubes que cubren el cielo de mi conciencia, argumentos de mil complejos y no menos desprecios ante el espejo de los recuerdos. Cuentas al debe sin haber que lo respalde. Torpezas que se tornan catástrofes cuando escapan al control del consciente y viven una vida propia, sin piedad, sin posibilidad de detenerlas, arrasando a quien, sin esperarlo, se convierte en el blanco de un proyectil cargado de estupidez.
Amargura.
Vergüenza.
Vergüenza.
Disculpa esteril solicitada al afrentado para acallar el reproche interno que corroe el alma.
Vergüenza.
Descanso imposible entre demonios que acuchillan sin piedad ni descanso la blanca piel de la conciencia, llenándola de pústulas sanguinolentas.
Amargura.
Ojos que ves mutar al sentir la puñalada, que ves como se pierden para siempre, para nunca.
Vergüenza.
Dolor que se repite cada día, cada hora... Dolor.
Pena, profunda y oscura, por lo que se ha roto. Porque jamás volverá. Porque murió antes de que empezaras a hablar.
Luto por tu yo perdido, por aquel que, con los ojos preñados de lágrimas esperará por siempre la vuelta de quién nunca volverá. Por tu yo que pasa a ser tu él. Por tu mundo que ya no lo es. Por ese mañana que ya no será.
Life is good. Isn't it?

domingo, 23 de abril de 2017

El jardín

Me decía un buen amigo que un blog descuidado era una vida perdida, un proyecto deslabazado que artesona un maremágnum de automentiras,  postureos y fanfarronadas tan grande que termina ennegreciendote el alma y acabando con tus ilusiones y sonrisas.
En cierta forma tiene razón, el abandono de proyectos evidencia un fallo en el desarrollo, no del proyecto en si, si no en tu propio sistema de vida.
La vida es una superposición de proyectos voluntarios o forzados que te acercan o alejan a lo que podríamos entender como tu objetivo vital. Esos objetivos los marcamos en determinados momentos de nuestra vida en los que estamos especialmente sensibles o receptivos. Son nuestros momentos vitales. Los decisivos. Son esos espacios de nuestro tiempo en los que nuestra mente tiende a dispersarse, a revisar todo el lastre de proyectos, tareas, obligaciones y sentimientos, analizarlos y cortar cabos, dejando que determinadas situaciones, personas, obligaciones o emociones se hundan en el océano del olvido. Esas limpiezas, purgas o como la queramos llamar, pese a parecer crueles, son necesarias para el sano  desarrollo de nuestro objetivo, ya que nos permitirán navegar en la dirección adecuada al puerto elegido.
Cada uno puede hacer un mapa, una representación, del camino hacía su objetivo.
En mi caso siempre lo he visto como un inmenso jardín descuidado, preñado de plantas que crecen sin control, con pequeñas veredas que sobreviven milagrosamente al empuje de la verde horda que devora con brutal voracidad cualquier mínimo espacio. En ese lugar me siento a gusto, seguro, con mis caminos levemente marcados, mis principios y límites bien definidos y mi mente totalmente expandida. Y ahí es donde decido, donde pienso, donde vivo... Y ahí es donde tengo que retomar mis proyectos... life is good.

domingo, 14 de agosto de 2016

Pensamientos

Una sala de espera de un hospital nunca es un buen sitio para meditar. Los pensamientos se arrebujan bajo el manto de la intranquilidad y el hastío, la húmeda oscuridad de las dudas sobre tus acciones entumece la conciencia de tus deseos haciendo que el moho de la desesperanza crezca por doquier, permitiendo a la hiedra de la resignación alcanzar los torreones de tu orgullo, aquellos que resistieron los embates de mil ejércitos de críticas y traiciones antaño y que hoy se derrumban ante frases tristes de personas que creías importantes.
Nubes hediondas de desprecio mal disimulado roen el óxido que envilece el brillo de la acerada armadura de dignidad que una vez portó el que os habla. Lindes cenagosas bordean los islotes de esperanzas de sueños perdidos, llantos ahogados de niños que fuimos y que hoy se baten en duelo constante con las ganas de apagar la luz, de dejar de alumbrar el camino a otras existencias, a otros seres que no mostrarán nunca agradecimiento, solo rencor, solo una estúpida reclamación de acciones que empezaron como favores y se transformaron en deberes. No aparecen por la puerta las ocasiones de dejar a tu espíritu volar, no te sorprenden con sonrisas aquellos que toman decisiones sobre tu futuro sin tan siquiera conocerte. Toda acción plantea un retorno, una reacción  aliñada con jirones de tus actos, con efluvios de tus hedores y olores, de los que emanan de tus intenciones mas ocultas, halitos de emociones que despojan tu alma de deseos, de pasiones, de secretos que guardar. Copas de vino emponzoñado que te matan poco a poco. Sueño a sueño. Sin vivirlos. Sin pensar.



sábado, 28 de mayo de 2016

La mochila

Cambios de humor, desvelos, vidas que se escapan como agua entre los dedos, sueños y proyectos, palabras que quiebran cristales, amores languideciendo en las cornisas de los patios floridos de un decrépito barrio turístico, humo de rescoldos de emociones que, no ha mucho, alzaron llamas imponentes, futuros tasados e hipotecados por errores que creías no haber cometido, paz con guerra, olor a sangre.

No he comprado una vida sin problemas, no he vendido un paraíso sin maldad, no prometo un camino sin grietas ni piedras, solo ofrezco caminar. Un camino sin destino, donde importa el viajar, donde el peso de la mochila que acarreo cuenta mucho y, sin duda, me va a marcar.

Llevo dentro miles de frases contenidas, reproches sin contestar, palabras dichas sin medida, de las que no puedes recuperar. Llevo monedas del fondo de un estanque donde no se debía nadar, besos fríos de labios fríos que guardo para no volver a errar, fotos antiguas, vídeos modernos, litros de alcohol, algún refrán, una colonia y dos mecheros de cuando deje de fumar. Una mirada que lo dice todo, un discurso que no dice ná, cinco anillos, una navaja, un pañuelo y un compás. Hay conchas marineras, dos cartuchos y una flor, hoz, martillo, yugo y flechas, un libro de Rubert de Ventós. No hay trofeos ni medallas, no hay caricias sin pasión, hay esquirlas de mi pecho, de cuando me golpean el corazón. Hay una guitarra sin cuerdas, una faja y un blusón, un chaleco con un parche y hay un parche de tambor. Hay cariños y rencores, hay un viejo pantalón, camisetas que me gustan y camisas, esas no. No recuerdo lo que guardo en el bolsillo interior, ese que esta al fondo, el que no abro desde ya no sé ni yo. Ese de color oscuro, cerrado con un botón, ese que sé que, cuando lo abra, acabará el sonsonete de esta canción...
Hay camino por delante, mucho camino, espero yo, hay un viaje alucinante que, pese a quemar algún puente y no tener razón, debo seguir adelante, debo avanzar, debo ser yo, voy llorando mis errores, celebrando la bendición de conocer a quien he conocido, de haber reído con, tras haberse cruzado en mi camino, el que conmigo caminó. No soy bueno, no soy malo, quiero ser justo, leal y  con honor, intento no dañar a nadie, aunque el dañado sea yo.
Quieres acompañarme en mi camino?... no es bonito, pero voy yo... life is good.

domingo, 3 de abril de 2016

El trayecto

La vida, el trayecto existencial, la senda por la que vagamos buscando la felicidad tiene sus épocas, como las estaciones del año. Hay algunas hermosas, floridas, de brillantes colores en las que te sientes increíblemente bien, inmortal, como si nada ni nadie pudiera hacerte daño o quitarte un ápice de felicidad. Pero eso no dura, esa estación florida va mutando lentamente, van desapareciendo esas cosas que te arrancaban sonrisas, esas personas que te hacían estremecer, esas emociones que te erizaban el cabello. La senda se vuelve oscura, el trayecto agobiante. El mero hecho de respirar precisa de un esfuerzo tal que a veces te preguntas si merece la pena. El deambular por esta existencia se convierte en una batalla sin enemigo, en una piscina de miel donde ya no buscas batir una marca, solo llegar al final. Cuando los demonios exceden la altura de tus muros, cuando tu espada se quiebra por la herrumbre de la desesperanza, es cuando el corazón del dragón deja de latir, allá donde esté, para dejar sitio al silencio. A ese silencio oscuro y frío del guerrero vencido, de la ciudad tomada. Es cuando tienes la certeza de que es el final, cuando te sientes extraño en situaciones antes normales, incluso ilusionantes, cuando los planes que habías hecho ahora suenan ridículos, cuando la vida se convierte en una sucesión anodina de postales grises de mediocre superficialidad. Es entonces cuando mueres, cuando dejas de ser tú y pasas a ser eso. Es entonces cuando toca volver a empezar, buscar en tu interior las fuerzas que te restan para reiniciar el ascenso, el viaje a la estación dichosa en la que celebrar la vida con vino y fresas, en las que las lágrimas sean de alegría y la respiración te la corte la sensación de felicidad extrema al tocar una piel deseada. Hay que hallar ese hálito de fuerza, hay que dar ese cambio de rumbo, hay que remontar... Y lo sabes... life is good...